Anécdota satelital
Fue en noviembre de 1969 -apenas unos meses después de que Armstrong dijera su célebre frase al pisar la bola de queso- que la primera mujer llegó a los dominios de Selene a bordo del Apolo 12. Pero a diferencia de sus compañeros de vuelo, no lo hizo en forma física, sino simbólica, como imagen fotográfica. Y no se trataba precisamente del retrato de una recatada dama -esposa o novia, madre o hija- de alguno de los valientes astronautas que tripularon esa misión. No, era más bien la fotografía de una abnegada conejita de Playboy, mostrando impúdicamente su gran trasero no solo a la cámara sino, literalmente, al universo entero. Y tan hermosa era que hasta el sol se paraba... ¡a verla! Pero, bajo ninguna circunstancia, esto debe tomarse como prueba de que la mujer puede sobrevivir en el espacio sin esas pesadas escafandras con que solemos ver a los astronautas, matapasiones y poco sexys.
Si tan importante acontecimiento se mantuvo hasta ahora en reserva, fue únicamente por la discreción del cosmonauta que lo descubrió y que temió un gran escándalo si el asunto se daba a conocer públicamente. ¿Que "descubrió"? Es correcto, no fue que él decidiera llevar la foto al espacio, sino que algún bromista en tierra, posiblemente sin conciencia histórica de lo que estaba haciendo, la pegó a hurtadillas al interior de su bitácora de vuelo. Pero la edad trae un desenfado muy saludable y por eso el héroe galáctico, ya anciano, decidió ahora contar el cuento de la primera mujer en la luna.
Desgraciadamente no sabemos el nombre de esta pionera espacial tan especial. Pero sería justo que quedara registrado en los anales de la historia (Ojo… aquí la palabra “anales” nada tiene que ver con "trasero"). Y no solo eso: En esos mismos libracos debería también consignarse solemnemente que, aún antes de internet, esa fue la primera imagen erótica (no creo que llegue a pornográfica) en orbitar la tierra y penetrar millones de kilómetros en las profundidades del espacio. Claro, hasta prueba en contrario, ya que nunca se sabe qué han llevado los astronautas en sus mochilas para engañar la infinita soledad cósmica.