31.12.07

Tivives

Palos, botellas, bolsas plásticas, jeringas, rasuradoras, encendedores, condones, tampax, bolitas, muñecos, platos, empaques de tetrabrik... La playa de Tivives es un inmenso colador que recoge todas las impurezas del mar y nos las tira a las narices. No sé cómo se me ocurre ir a caminar muy temprano, la última mañana del año, en medio de semejante basurero.

Mientras trato de no tropezar con aquella marejada de porquerías evoco con cierto romanticismo todas las cosas que ha dejado el 2007 en la rivera de mi vida y pienso que si bien no hay ni chiva, ni burra negra, ni yegua blanca, éste año, como otros, mi suegra ha seguido siendo una buena suegra y que en general los pasados 365 días no estuvieron demasiado mal. En verdad las cosas han salido lo suficientemente bien como para poder decirle a todo el mundo y de buena gana: ¡Feliz año 2008!

Cuando finalmente baja la marea, llego a constatar que la playa parece más limpia, lo cual es una buena razón para encarar con optimismo el ciclo que comienza tras las doce campanadas, el Ave María y el himno de la Alegría.

22.12.07

Más sobre Navidad y otras fiestas

El siguiente es un extracto de una entrevista a Paul Valadier, profesor de las Facultades Jesuitas de París, aparecida en "Le Monde" estos días.
"¿Qué significan aún religiosamente la Navidad, la Pascua, Pentecostés, la fiesta de todos los santos? La memoria del origen religioso de esas fiestas, en efecto, se desdibuja. Las fiestas, ya sea que sean civiles o religiosas, siempre tienen varios niveles de significado. Vean el 14 de julio: los historiadores explican hoy que no había casi nadie ese día en la Bastilla… Esa fecha se convirtió sin embargo en un símbolo republicano contra el “embastillamiento” y la tiranía, por los derechos humanos. Igual con la Navidad: Más allá del folclore y de la insensata explotación comercial, esta fiesta es, para los cristianos, el recuerdo del nacimiento del hijo de Dios en Belén. Pero ella tiene un significado antropológico universal: es la fiesta del nacimiento, de la novedad, del misterio, de la fragilidad de la vida humana. ¡Se puede celebrar sin ser creyente!

Entonces yo no me preocupo mucho, porque las verdaderas fiestas encuentran siempre un eco. Las otras no: ¡miren Halloween! Las verdaderas celebraciones son aquellas que tienen una raíz religiosa, antropológica y cultural. Incluso la Pascua, menos popular que Navidad pero teológicamente más importante –la conmemoración de la resurrección de Cristo- tiene mucha fuerza porque es la fiesta del renacimiento, de la renovación, de la primavera, y cada cual puede experimentarlas luego de una enfermedad, de un choc, de un duelo. Lo religioso se inscribe siempre en lo antropológico. El cristianismo, más aún porque es la religión de la encarnación.

Ya sea que ellas sean civiles o religiosas, las fiestas son indispensables para la respiración de una sociedad. ¿Qué estamos haciendo con el domingo? Su desacralización está en curso, su desaparición anunciada. Yo no abogo por la instauración de un domingo al estilo puritano, austero y lúgubre, pero la sociedad tiene necesidad de interrupciones, de ritmo, de gratuidad. Sin el domingo y las fiestas regulares, ella cae en una especie de uniformidad mortal".

21.12.07

Navidad

Ya llega, ya está casi encima. El terror anual de los depresivos, el sufredolor de los agrios post-modernos, la tortura con fondo de villancicos de los contra-cultos, la odiada época ventosa, fría y fraternal de los egópatas: Navidad. Conozco gentes que detestan esta época y cuando uno les pregunta por qué, escucha una retahíla de razones que no solo ponen en evidencia la gran neurosis colectiva que efectivamente se desencadena con la perspectiva de la resurrección de los Colachos (y que les da en parte la razón), sino que también dejan muy a la vista qué tan tejas corridas son. Navidad es, sin duda, un buen momento para la praxis psico-clínica.

Yo no odio la navidad, pero tampoco la venero especialmente. Me desesperan eso sí los molotes, la inflación de la regaladera, el barroco plasticoso de lo ornamental y la dominante rojo manzana de gran parte de las escenas. Pero con todo y todo hay cosas que me gustan. Será porque revivo en cámara lenta de todo un mes (y hasta más) fragmentos enteros de mi infancia, que no me da vergüenza decirlo, fue muy feliz; será porque el aguinaldo no cae nada mal; será porque el clima me parece el mejor de todo el año o bien porque me encantan los tamales. Claro, sería más feliz sin muchas de las cosas que vienen a sumarse a las fiestas: sin el inmamable Chinamo; sin las estúpidas corridas de toros que de cualquier modo ponen a los animales a sufrir (¿Seré tan bestia yo?); sin ese enajenado sentimiento que lleva a algunos a lamentarse de que no tengamos nieve y por tanto de que nuestras navidades no sean “blancas”; sin vuelta ciclística (antes de que me robaran la bici todavía le daba algo de bola); sin la sempiterna pérdida de dinero en lotería (porque no pego jamás); sin final del torneo de fútbol (especialmente si mi equipo no está en ella); sin fiestas de Zapote (la última vez que fui, hace como tres años, me parecieron de una vulgaridad y una suciedad sin par y juré no volver); y sin Carnaval de la Luz, que siempre me parece una desordenada, deslucida y mala imitación del Desfile de las Rosas.

Los “pasitos” me gustan mucho por su profundo significado y también las luces en los árboles, casas y comercios, porque todo lo que sea luces siempre me hipnotiza. La reventadera de pólvora la tolero cuando los bombazos no me tocan muy cerca y extraño las tarjetitas de navidad que ya casi nadie envía por correo tradicional (por culpa de la proliferación del email). Algo nuevo que viví hasta este año y que me gustó fue la práctica de las “posadas”. El barrio donde vivo se organizó para ello y ayer nos hicieron visita como cuarenta güilas acompañados de muchos padres que vinieron a cantar villancicos a nuestra puerta. La verdad fue enternecedor y una buena ocasión para conocer mejor a los vecinos.

También puedo decir que me gusta la gente que asume esta época con verdadero espíritu. Mi compañera Inés es una de esas personas. Además, me gusta que lo haga con plena conciencia de los riesgos: Ante el reclamo de un familiar de que había puesto unas luces con demasiados colores en la entrada de la casa, ella le respondió con desparpajo: “así me gusta y así se va a quedar porque de todas formas la navidad es pola”.

Del mismo modo, me gusta también quien no gustándole la navidad lo demuestra sin ambigüedad: Mi gata Loulou cuando vio crecer el Colacho inflable que pusimos en el jardín y que amenazaba con una mega-melcocha en sus manos al bambolearse con los vientos propios de esta época, se erizó toda, pataleó como ciclista en frenesí y entró en una auténtica crisis de pánico que la hizo saltar de mis brazos y huir a toda velocidad con las orejas gachas.

12.12.07

Loulou

Guachipelín, 2007

Mi gata Loulou les manda saludes y de paso los invita a prestar atención a lo siguiente:

En estos momentos, créanlo o no, no existe ninguna legislación aprobada a nivel mundial para proteger a los animales. Es cierto que cada país tiene sus leyes y decretos, pero no tienen ningún respaldo a nivel mundial. Es por esto que les comunico el siguiente link, en donde la Sociedad Mundial para la Protección de los Animales está llevando a cabo un proyecto para presentarlo a la ONU, para formalizar una Declaración Universal para el Bienestar Animal. ¡Se necesitan 10 millones de firmas! Solo toma un momento y pensemos en cuánto se ayudarían a estos seres que tienen tanto derecho a ser protegidos como cualquiera de nosotros.

http://www.animalsmatter.org/

10.12.07

Réquiem por la música

A pesar de que siempre he escuchado mucha música, de que con los años he ido acumulando un número importante de discos y grabaciones y de que en ciertos períodos de mi vida incluso me ha dado por medio tocar la guitarra, dizque cantar y hasta "componer" pretendidas melodías y canciones, el caso es que he constatado que últimamente escucho cada vez menos música. En la repisa donde tengo mis discos tengo también una tarjetita con una cita de Nietzsche según la cuál “Sin la música la vida sería un error”. ¿Será que me estoy descarriando? ¿Qué voy errando errado por la vida? No lo sé, pero paradójicamente creo haber encontrado una pista en “La ignorancia”, una novela de Kundera de la que ya había hablado antes. En cierto pasaje él menciona a Schönberg, el creador de la música dodecafónica y dice lo siguiente:

“Ya pueden luchar dos grandes ejércitos por causas sagradas, siempre será una minúscula bacteria pestífera la que acabará con los dos (...). Schönberg era consciente de la existencia de esa bacteria. Ya en 1930 escribía: “La radio es un enemigo, un despiadado enemigo que avanza irresistiblemente y contra la que toda resistencia es vana”; la radio, “sin sentido alguno de la medida, nos atiborra de música (...), sin preguntarse si queremos escucharla, si tenemos la posibilidad de percibirla”, de tal manera que la música pasa a ser un simple ruido, un ruido entre otros ruidos”.

Desde luego eso es algo terriblemente triste, pero para colmo he de admitir que con el tiempo me he ido volviendo más insensible, más sordo incluso a esos “ruidos” y también cada vez más refractario a provocarlos. Sí, con el tiempo siento que he empezado a aborrecer la música o más precisamente sus condiciones de difusión y, por un movimiento inverso, a ser cada vez más amante de los ruidos blancos naturales como la voz del viento, de las olas (ya ni siquiera la voz humana) y de la tonada sutil del silencio, que para mi es la más bella sinfonía y también la más rara porque el silencio en nuestras cacofónicas ciudades es algo casi imposible. Tal vez lo único que sigo encontrando maravilloso es un concierto en vivo, donde existe otro timing y donde puedo admirar a discreción cada gesto de los músicos, cada matiz sonoro y por supuesto la humana imperfección, algo que se encuentra prácticamente ausente de esas producciones musicales modernas tan lisas como un cuero tieso. Sí, la imperfección es la vida, solo lo que está muerto es perfecto por irrevocable.

Más adelante Kundera agrega:

“La radio fue un pequeño arroyo en el que todo empezó. Llegaron después otros medios técnicos para reproducir, multiplicar, aumentar el sonido, y el arroyo se convirtió en un inmenso río. Si antaño se escuchaba música por amor a la música, hoy aulla constantemente por todas partes “sin preguntarse si queremos escucharla”, aulla por los altavoces, en las calles, en las salas de espera, en los gimnasios, en los walkman; música reescrita, reinstrumentada, acortada, desgajada, fragmentos de rock, de jazz, de ópera, flujo en que todo se entremezcla sin que se sepa quién es el compositor (la música convertida en ruido es anónima), si que se distinga el principio del fin (la música convertida en ruido no sabe de formas): el agua sucia de la música en la que muere la música”.

Y como dice el refrán: Agua que no has de beber déjala correr... lo que en mi caso equivale a apagar el equipo de sonido y a dejar que el ipod "corra" hasta que se le extinga la pila para siempre, o al menos hasta el día improbable en que la música vuelva a ser fresca y cristalina para mi oído izquierdo, que el derecho hace años que no me funciona (sin alusiones políticas).

9.12.07

Saltos cualitativos (hacia el vacío)

Hemos pasado de la piratería a la piñatería y de ésta a la pirañería.

5.12.07

La mascota

Como habrán notado si vienen por este blog con cierta regularidad, de vez en cuando traduzco del francés algún texto que me resulta interesante y lo hago porque quisiera compartirlo con quienes no leen en esa lengua o lo hacen con dificultad. Por lo general son artículos de Le Monde, periódico que suelo leer en su versión digital. Esta vez encontré en él una historia que tiene que ver con la segunda guerra mundial y que encuentro particularmente conmovedora.

La mascota de un regimiento de SS lituano

Un anciano rememora su vida en su pequeña casa de Melbourne, Australia. La emisión “Siete a ocho” contó su destino singular el domingo 2 de diciembre por TF1. Es un niño judío que tenía seis años cuando los alemanes entraron en 1941 en su pueblo, en Bielorrusia. “Agruparon a todos los hombres y los ejecutaron. Mi madre me dijo: “tu padre fue fusilado”. Luego ella me tomó en sus brazos y me dijo: “Mañana vamos a morir todos”, se acuerda. Pero él consigue huir. Desde lo alto de una colina logra ver a sus tías, a su madre, a su hermano y a su hermana muertos en el piso. La matanza dura un día entero.

El niño erra luego durante un mes en el bosque, mendigando pan en los pueblos y despojando cadáveres para vestirse. Finalmente es arrestado por un regimiento de SS lituano. Un soldado se apiadó de él, tal vez porque con sus rizos rubios se parecía a un pequeño lituano. El niño le pidió no revelar a nadie que era judío. Se convierte entonces en la mascota del regimiento, figura en films de propaganda donde se le ve sonriente hacer el saludo nazi. El encera las botas de los soldados, les lleva de beber, va a buscar para ellos fresas salvajes en el bosque.

Una foto suya con pequeño uniforme del ejército alemán es todo lo que le queda de ese pasado. Se baña apartado de los otros para no mostrar que es circunciso. A cada instante teme que la verdad sea revelada. “En esa época yo no podía ir a acostarme sin llorar”, dice. “No fui a la escuela. No tuve familia. No tuve infancia”, añade. Al final de la guerra el soldado que lo había rescatado lo confía a una familia lituana. A los 15 años emigra hacia Australia, donde se casa y tiene tres hijos. Durante todos esos años él dijo solamente que era huérfano.

Y luego, tarde en su vida, decide contar su historia a su hijo mayor. “Siempre quise volver a Bielorrusia para depositar flores en la tumba de mi madre. Pero yo no sabía dónde estaba esa tumba. Ni siquiera conocía mi apellido. Solamente me acordaba del nombre de mi poblado”, dice. Cuando por fin hizo el viaje, descubrió que su verdadero nombre era Ilya Galperin y que su padre no fue ejecutado como pensaba, sino enviado a Auchwitz y luego a Dachau, desde donde volvió a su pueblo. Ahí se volvió a casar y tuvo otro hijo. Su medio hermano cuenta que su padre ponía flores, cada domingo, en la tumba donde lo creía enterrado con su madre y los otros miembros de la familia. Murió en 1974. “El no sabía que yo había sobrevivido y yo no sabía que él había sobrevivido”, dice con lágrimas en los ojos.

Escrito por Dominique Dhombres