2.2.07

Antes que partieran los viejitos

Todos los viejitos se me han ido yendo uno tras otro: Hace dos años murió mi padre a la edad de 92 años y el domingo pasado murió en casa mi abuelita materna, la única que me quedaba. Tenía 104 años y en su larga vida, en gran parte transcurrida en el campo, le tocó criar con muchas privaciones a una camada de 19 hermanos (entre propios y ajenos).

En el 2004, cuando tanto mi padre como mi abuela vivían, los filmé. Luego dejé por ahí los "rushes", hasta esta semana en la que decidí hacer un pequeño montaje de ese material para compartir recuerdos con familiares y amigos. Este es el resultado (disculpando la mala calidad de las compresiones de YouTube):

4 comentarios:

Julia Ardón dijo...

Morir en la casa, junto a sus seres queridos. Fue ella afortunada.

Hermoso recuerdo, muy conmovedor. Gracias por compartirlo.
En mi caso las dos muertes más cercanas fueron de gente joven. Mi madre: a los 49, mi compañero: a los 59.

Pasa. También.

Y es la vida que se manifiesta también a través de la muerte, que no tiene por qué ser dolorosa, ni triste ni fea, ni asustarnos tampoco.

Ya ves. Me tocaste un tema que me toca hondo.

Eugenio García dijo...

Mi padre murió en el hospital porque pensamos que todavía se podría recuperar con ayuda de los recursos médicos que ahí existen, pero no fue así. En el caso de la abuela los cuidados que le podían dar en el hospital igual se le podían brindar en la casa, sobre todo porque tenemos la dicha de que en nuestra familia hay varios médicos que estuvieron muy presentes durante todo el proceso de "su enfermedad", que en realidad no es una, sino cosas que surgen con la vejez cuando ya el cuerpo no da más.

Pero mi abuela fue doblemente afortunada porque su muerte fue además "hermosa" -si se puede hablar así de ella- en la medida en que la viejita se apagó plácida y silenciosamente, como se extingue una vela.

A mí su partida no me ha puesto especialmente triste, a pesar de que guardo gratos recuerdos de infancia cuando ella me cuidó mucho. La acepto como lo que tenía que suceder, como la mejor de las salidas posibles dada su condición física. Ella había cumplido su ciclo y de su paso por la vida ha quedado una gran familia que prospera en buena medida por el esfuerzo que ella realizó a la base, una o dos generaciones atrás. Supongo que es más triste o deja más sinsabores cuando uno siente que la persona aún podía dar mucho más o que estaba en la plenitud de su existencia. Sin embargo, aún en esos casos, es mejor aceptar lo que depara el destino porque de otro modo uno puede caer fácilmente en procesos de amargura o depresión.

Aunque ya sea un cliché decirlo, no somos nada más que un momento de luz, un chispazo en la eternidad... es mejor no olvidarlo para poder vivir la vida con humildad, sabiduría y gratitud por las cosas buenas que nos pueda traer, a pesar de todas las malas, que a veces están ahí para que apreciemos aún más lo bueno.

Silvia Piranesi dijo...

Las palmaditas, la ventana, la silla, el silencio; todo eL video me transmite una tristeza tierna muy especial.. Como si tuvieras el ojo sencillo pero no.

Eugenio García dijo...

Curioso que hayás percibido silencio... ¿tenías los parlantes apagados? jeje. En realidad solo hay un momento de voluntario silencio en el video y es cuando aparece la imagen de mi padre.