Milan Kundera o la ofensa del silencio
A mí, como a muchos admiradores de la obra literaria de Milan Kundera, nos sacudió una triste noticia que hace pocos días le dio la vuelta al mundo: En un recientemente descubierto reporte de policía de 1950, Kundera aparece como un delator, como un traidor. Tan terrible acusación obligó al escritor a romper un silencio mediático de veinte años para desmentirla.
Uno trata de recibir sus palabras con confianza, pero algo ya no es igual, algo ha cambiado, la sombra del descrédito ha caído sobre su persona.
Dichosamente, hace pocos días "Le Monde" publicó un conciso pero, a mi juicio, acertado texto de la dramaturga Yazmina Reza que trata de poner las cosas en su lugar. Lo he traducido directamente del francés para este blog. Luego, que cada cuál se forme su criterio.
Milan Kundera o la ofensa del silencio
Por Yazmina Reza
Difícilmente se le perdona a un hombre el ser grande e ilustre. Pero todavía menos, si reune esas cualidades, el ser silencioso. En el imperio del ruido, el silencio es una ofensa. Quien no acepte exponerse, o participar en cualquier forma de contribución pública más allá de su obra, se vuelve una figura incómoda y un blanco por excelencia.
Milan Kundera se ha expresado plenamente en su obra. Ha hablado de él, de su vida, en fragmentos, habitando personajes inventados (los “egos experimentales”), examinando la dificultad humana y buscando una salida a ella. Jamás ha cedido al requerimiento tácito que pretende convertir al escritor en un guía, en un filósofo (todos sus ensayos son cuestionamientos), en un historiador, o de forma más perniciosa, en un hombre que deba rendir cuentas.
El hombre Kundera se mantiene, solitariamente, al lado de su obra, huyendo de lo que él llama el evento: “¿Qué es un evento? Una actualidad tan importante que llama la atención de los medios. Ahora bien, uno escribe una novela no para crear un evento sino para hacer algo durable”. Y he aquí que un documento, un reporte policíaco de 1950, del cual nadie es capaz de garantizar su autenticidad, exhumado sesenta años después de los hechos que relata y que comunica a los cuatro vientos, viene a imponerse trágicamente bajo la forma de un evento.
“He sido totalmente tomado por sorpresa por esta cosa -dice él- que yo no me esperaba para nada, de la cual todavía ayer no sabía nada, y que no tuvo lugar”. A mí me conmueve mucho esta forma poco diestra de la frase, que engloba en la palabra “cosa” a la vez la publicación de ese reporte policíaco y el hecho del cual se le acusa. Pero hay algo que sin embargo sí tuvo lugar. Lo que tuvo lugar, es el inconsecuente estallido de pólvora mediático, la ambigüedad de algunos titulares, el horrible condicional (“habría denunciado”), todavía más pernicioso y acusador que una afirmación, lo que tuvo lugar es la introducción de la duda, el descrédito, la sombra súbita que cae sobre una vida y una obra excepcional.
Y, sobre todo, es la razón de estas líneas, la impotencia absoluta de un hombre frente a tal avalancha. Él no tiene a su alcance ninguna respuesta posible. A partir de la negación original, el tomar la palabra no serviría más que para alimentar la mecánica acusatoria. Se puede barrer en treinta segundos la vida de alguien con la buena consciencia de hacer su deber y su oficio.
No ha habido ninguna investigación seria, y a menudo ninguna precaución en la difusión de una información que hay que tomar con cautela. Las palabras son parte de lo real. Pronunciadas o escritas, ellas toman caminos imprevistos que pueden ser destructores. Habría que detenerlas a tiempo.
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