Este es un comentario a los comentarios del post anterior (el Nº 100), pero dado lo extenso que se me hizo y para poder matar dos pájaros de un solo tiro y complacer a las estimadas voces que pidieron el 101, pues acá les va con el desorden con que me salió (qué vago yo ¿no?: )):
Me desconecté por dos semanas y de pronto me aparecen todos estos buenos comentarios. Se les agradece muchísimo.
Es cierto, como dice Julia, que el presupuesto de la Muestra fue muy exiguo y que más bien con él se hicieron milagros. A pesar del poco cacao el chocolate no estuvo tan mal. No salió con la deliciosa espesura del de la churrería española de la avenida central, pero era potable. Lástima que lo dejaran enfriar. Un poquito más de cuidado, al menos agitarlo para crearle espumita si es que no había calor en el fogón, siento que era posible. No es mucho pedir ¿O sí? Claro, yo sé: También fue cosa de una tanda y “salí premiado” (pero no con la claqueta... ni lo esperaba, créanme). Mala suerte la mía. Tal vez fue un merecido mal karma... o uno bueno... qué se yo. Nada ni nadie es perfecto, pero el asunto no es ese. Mi reclamo se circunscribe al hecho de que si yo me preocupé tanto de que las cosas se hicieran como consideré que debían ser hechas, me enojé porque precisamente se hicieron al revés. Venturosa o desgraciadamente tengo mucho olfato o intuición y usualmente veo venir los problemas. Por eso quise redoblar esfuerzos para prevenirlos y de ahí también la frustración que sentí al ver que no sirvió de nada. En fin, es cosa pasada y ya no quiero hablar más de eso, únicamente quisiera decir al respecto que personalmente no le guardo rencor a nadie. Si me lo quieren guardar a mí por lo que escribí o dije pues allá cada cual con los venenos que se toma. Es triste, pero solo me queda enviarles buenas vibras para que no se intoxiquen.
Con respecto al apoyo estatal al cine discrepo respetuosamente de lo que dice el amigo Jethro. Desde mi punto de vista, interesar al Estado para poder desarrollar nuestra cinematografía es imprescindible. En general en ningún país del mundo, salvo en Estados Unidos (y por razones muy propias de ese país), se hacen películas de forma sostenida sin el apoyo estatal. Y es que los diferentes Estados han entendido el enorme potencial del cine como arte, como vector de comunicación, como industria, como creador de identidad, como espejo, etc. Claro, siempre hay quien quiera desmantelar eso y lo han logrado muchas veces. En Alemania se hizo en gran medida, también en Italia y en otros países europeos. Solo Francia ha resistido por el momento, pero ahí la línea Maginot cinematográfica está a punto de caer. La arremetida neoliberal es fuerte y si gana la derecha por tercera vez consecutiva en las elecciones que se avecinan (como presagian las encuestas), en los próximos años se erosionarán aún más muchas conquistas que vienen desde la época de la nouvelle vague, e incluso antes, y el cine francés de autor finalmente colapsará.
Lo que posiblemente sucede en ciertos paises europeos y otros lugares como Brasil y Argentina es que los criterios y los recursos son más amplios. Eso permite que haya tanto “marginales” como también “cineastas de la corte”. Pero repito, la situación está cambiando. Aunque los recursos sean cada vez mayores, se distribuyen de forma cada vez más dispareja, se crea una brecha entre un cine con muchos recursos y otro muy pobre... por ello muchos de los cineastas marginales finalmente desaparecerán y vendrá una época de gran uniformidad de los patrones estéticos... de “cine-pensamiento único”... es más, ya se ve, ya se siente en muchas producciones llamadas “europeas”. Y no es que los marginales hagan necesariamente arte y los otros solo porquerías, o que no funcionen los vasos comunicantes entre ambos géneros y los que un día son marginales mañana sean consagrados y viceversa. No, las cosas son mucho más complejas, me refiero únicamente al hecho de que se necesita democratizar el fenómeno cinematográfico, necesitamos pluralidad, porque ella es cimiento indispensable para un arte vivo, aunque claro está no es condición suficiente. En latinoamérica el fenómeno de la uniformidad se comienza a expresar como una “españolización” (y que conste, no tengo nada contra los españoles... ya hablé bien del chocolate de la churrería). Si ponen cuidado en mucha producciones recientes, argentinas principalmente, el guionista siempre se las arregla para que haya un personaje español en las cintas o algún asunto que tenga que ver con lo ibérico. Eso permite vender en España. Es una táctica... un truco mercantil para ampliar los financiamientos y los mercados, pero que muchas veces es completamente innecesario desde el punto de vista estríctamente cinematográfico y penaliza producciones que quieran pasarse de él por algún motivo.
Así, de una forma general, cierto tipo de cine-arte decaerá... y en su lugar tratará de privilegiarse el cine-entretenimiento, que no es necesariamente malo, pero sin duda empobrece la oferta cinematográfica si solo eso existe. Por todo ello para mí la pregunta no es tanto cuántas películas se hacen sin apoyo estatal, sino cuántas se dejan de hacer sin él. ¿Cuánta genialidad no estará guardada en los cajones de escritorio de quien sabe cuántos autores?
Obviamente en nuestro país se pueden hacer muchas cosas buenas sin apoyo estatal: videoartes, cortos, documentales, algún seriado... ¿Pero largometrajes de ficción en 35 mm o al menos cinematografía digital de alto vuelo? Eso es costosísimo por más barata que sea la película... Muy pocos tienen los recursos o los “conectes” para asumir tan riesgosa empresa. Así que no creo que en cine se pueda decir que se necesiten muy pocos medios materiales, aunque claro está: sin las buenas ideas estamos también perdidos. De ahí que nuestras producciones de años recientes se puedan contar con los dedos de las manos.
Finalmente somos una repúbliquita, ya no bananera, sino de folletín turístico donde, eso sí, los viajeros del orbe vienen a comer "banana split” a la sombra de una palmera. Digo, esa es la imagen que nos quieren vender y donde se olvida todo el resto de lo que somos o podríamos ser, incluidas nuestras crecientes miserias. Tal vez por eso dar otra imagen no sea una prioridad estatal y más bien se vea con recelo a quienes tratan de hacerlo. De ahí que se tema a películas que aborden, por ejemplo, las implicaciones del TLC o que hablen de problemas sociales muy serios, y se declaran de “interés cultural” las que tratan temas más ligeros (y que nadie me malentienda, porque con ello no quiero para nada decir que sea mala la película o injustificada la declaratoria). Ya desde los años 70, cuando aquí hubo verdaderamente una producción sostenida de cine documental, el más cuestionador e incisivo, algunas producciones fueron censuradas. Hablando desde mi experiencia puedo decir que un documental que hice a principios de los 90, llamado “Marea Alta”, y que trata precisamente de los problemas que afrontaba la zona de Montezuma y Cóbano por la llegada masiva de turistas, fue visto con malos ojos por gente del ICT. Aunque bueno, también fue visto del mismo modo por algunos colegas dados los pecadillos estéticos de principiante en los que sin duda incurrí, pero que a mi entender no desmerecen para nada el fondo del video. No es que en mi caso hubiera abierta censura, pero sí indiferencia y esa en el fondo es tal vez otra forma de censurar mucho más torcida.
Cuando hablamos de apoyo estatal ¿De qué hablamos finalmente? Yo lo que entiendo es que idealmente el Estado promueve una legislación moderna para crear un fondo de producción audiovisual, de que hay incentivos a esa producción, de que se tienen la voluntad de imponer a las televisoras que aporten en ese proceso (visto que pagan sumas ridículas –unos pocos miles de colones- por el uso del espectro de frecuencias que pertenece a la nación y con las cuales se hacen millonarios), hablo de que hay una política de coproducciones con otros países y que se establecen canales de distribución, hablo de que se dota al Centro de Cine de los recursos necesarios para ejercer dignamente su labor, hablo de que se concibe al cine como arte, pero también como industria generadora de empleo, de divisas y de imagen. Hablo seguramente paja. Otro ciclo de sueños fallidos.
Y en ese fracaso los autodenominados cineastas de este país tenemos gran parte de la culpa, porque hay que admitir que como gremio somos un caso paté-tico y sin duda nos merecemos la mala situación que tenemos. Somos mediocres incorregibles y hasta que no cambiemos seguiremos en lo mismo. Vean un ejemplo: en los años ochenta fui coredactor de un proyecto de ley de cine que quedó archivado en la gaveta de algún burócrata y hace tres años volví a ser coredactor de otro proyecto por encargo de la asociación de realizadores y productores y desde entonces ese proyecto anda dando tumbos por ahí. ¿Es por ser un mal proyecto? Mi respuesta categórica es NO. Con orgullo puedo decir que el proyecto es muy valioso y así fue reconocido por muchos (al menos de la boca para afuera). Lo que pasa es que casi nadie quiere asumir la tarea de defender lo que ahí se plantea porque en el fondo casi nadie tiene una visión del desarrollo que debería alcanzar nuestra cinematografía a largo plazo. Nos falta fe en nuestro potencial, también nos falta cohesión y voluntad para dar saltos cualitativos de envergadura... con decirles que muchos ni siquiera querían pagar la modesta cuota anual de la asociación. Y para ser honesto yo terminé también por no hacerlo porque me cansé de la abulia, me cansé de participar en esas empresas que aunque útiles a todos nadie quiere defender porque no tiene tiempo, o porque primero está la "operación frijoles" cotidiana, etc, etc... y así me volví como el resto, lo admito. ¡Viva nuestra idiosincracia! Si alguien me lo viene a cobrar está en todo su derecho, pero que por favor no se olvide de ver antes quién firmó, no uno, sino dos proyectos de ley que pretendían sentar las bases de una industria en nuestro país.
Bueno ya se me hizo larguísimo y medio ególatra este comentario y todavía faltó mucho por decir. Trataré de seguir después. Aunque pucha... ¡Nadie dijo nada de Kiwi! Es imperdonable.