Advertencia: Este le podría resultar un post todavía más aburrido y soporífero que los que habitualmente rinden honor al nombre de este blog. En él abordo una serie de explicaciones técnicas sobre formatos de video, así que si usted, estimado lector o lectora, es alérgico a ello, le recomiendo simple y llanamente saltárselo. Pero si a pesar de todo desea conocer un ejemplo más de lo folclórico que pueden resultar las cosas en este país, entonces siga adelante con la lectura, porque ese es el lugar donde desemboca todo: el magma de nuestra idiosincracia... nuestro alfa y omega.
Inspirado por la práctica del Zen, yo por lo general trato de cultivar la paciencia y la tolerancia, pero ayer debo admitir que se me derrumbó como un castillo de naipes durante las proyecciones de la Muestra cuando me puse ansioso y luego fúrico... incluso se me despertaron oscuros instintos criminales. Y no lo digo por el grado de calidad de los trabajos que fueron presentados, sino por las condiciones mismas de proyección.
Actualmente hay dos grandes formatos concernientes a la relación de aspecto de la imagen en la producción de videos. El más tradicional es el llamado 4:3 que presenta una imagen rectangular pero no muy alejada de la forma cuadrada, y el segundo es el llamado 16:9 que corresponde a lo que comúnmente se conoce como pantalla ancha, formato que se ha venido usando con mayor frecuencia a medida que se popularizan las pantallas de plasma y LCD de formato largo. Un trabajo hecho en 16:9 pero proyectado en 4:3 se verá deformado con una imagen estirada en el sentido vertical. Un personaje gordo, por ejemplo, se verá más delgado y más alto. Por el contrario, un trabajo hecho en 4:3 y proyectado en 16:9 se verá estirado en el sentido horizontal y los personajes lucirán más gruesos y achatados. Por ello el formato de producción y el de proyección siempre deben coincidir.
“Alegoría”, el trabajo que yo presenté a la Muestra y que defino como “una alegoría de la dolarización de nuestra economía”, lo hice únicamente a partir de de dos imágenes que se combinan de múltiples formas mediante una serie de animaciones bidimensionales: la de un antiguo billete de 5 colones y la de un billete de 1 dólar. Siendo que los billetes tienen una forma alargada que se corresponde bastante con la de una pantalla ancha, me pareció que el formato de producción que calzaba mejor con ellos y con lo que yo quería hacer de ellos era el formato 16:9, y por eso mi video no solo fue realizado en ese formato sino que también debe ser proyectado con esa relación de aspecto. Para evitar malentendidos, tanto el cassette en el que entregué la obra como su cajita tenían por lo menos tres indicaciones de cuál era el formato de proyección correcto e incluso venían acompañados de una nota para el proyeccionista, a quien únicamente le basta apretar un par de botones en el proyector para pasar de un formato 4:3 a un formato 16:9.
Lo que nunca me imaginé pero descubrí en el momento de entregar la copia es que los organizadores de la Muestra habían decidido, dizque para simplificar la proyección y evitar problemas, poner todos los trabajos en un DVD. ¡Genial! Solo que eso no solo nivela por lo bajo la calidad de los trabajos al tener que comprimir la imagen para conformarla con la definición própia de un DVD (un verdadero atentado para la gente que trabajó en formatos de mayor calidad, incluso en película cinematográfica), sino que también acarrea otra serie de problemas técnicos que deben ser resueltos con mucho cuidado si se desea evitar un circo de espejos deformantes donde los gordos aparezcan como flacos y viceversa.
Por ello lo primero que se debió haber hecho fue haber advertido a los realizadores y productores que entregaran su material con la relación de aspecto definitiva. Se debió haber dicho, “señores y señoras, sepan que haremos un DVD parejo para todo el mundo, cuya relación de aspecto será 4:3, así que si su trabajo está en 16:9 procure entregar el material en ese formato y no piense que el proyeccionista va a estar apretando botoncitos durante la proyección”. Pero no se hizo. Nadie advirtió nada y yo ingenuamente llegué a pensar que se haría lo que para mí habría sido más lógico... que se proyectarían las obras con la mejor calidad posible y que el proyeccionista haría bien el trabajo para el cual se le paga, es decir, para poner y sacar cintas de casetteras y proyectores... para apretar los botoncitos correctos cuando tenga que apretarlos. Por ello entregué mi trabajo como lo entregué... en 4:3 con indicación de ser proyectado en 16:9. En este punto se preguntarán: “¿Pero no acaba de decir que los formatos de producción y de proyección deben coincidir?” Sí, lo dije... pero el asunto es un poquitín más complejo todavía. Resulta que en realidad hay dos modos de entregar el trabajo en 16:9: el primero y preferible es entregarlo en 4:3 pero con una imagen estirada en el sentido de la altura (a la vertical), cosa que como dije antes, corrige el proyeccionista apretando un par de botoncitos que calibran el proyector en 16:9. Y la segunda forma es entregarlo en 16:9 aparente, mediante un estiramiento de la imagen en el sentido horizontal hecha desde la postproducción, lo que automáticamente crea unas bandas negras horizontales en la parte alta y baja de la pantalla conocidas como “letterbox”, es decir, se le da la relación de aspecto definitiva desde antes de la proyección. Por eso aunque el proyeccionista deje su proyector en 4:3 la imagen será vista correctamente si lleva “letterbox”. Pero esta última solución no es la más adecuada porque se pierde alrededor de un tercio en superficie de proyección, siendo entonces preferible la primera opción.
Cuando supe cómo sería la jugada comencé a preocuparme y comencé a hacer llamadas intempestivas al Centro de Cine para tratar de lograr que me mostraran el DVD de proyección y poder verificar que la persona que lo había hecho había entendido que mi trabajo estaba en un 16:9 no aparente (es decir, un 4:3 con imagen estirada a lo alto) y que entonces le tocaría a él ponerle el “letterbox”. Creo que en el transcurso de la semana hice como cuatro llamadas hasta que saqué una cita para la verificación, cita que finalmente resultó fallida porque el DVD no estuvo listo sino hasta ayer a última hora. Sin embargo, a la entrada del cine uno de los técnicos del Centro de Cine me juró y rejuró que habían entendido mis inquietudes y que el trabajo estaba en el formato correcto. Es más, me dijo que si no se proyectaba de la forma que yo quería tendría derecho a asesinarlo.
Traquilizado por aquellas palabras apologéticas del crimen, tan comunes en el Variedades, yo me senté a disfrutar de las proyecciones de la noche. Pero rápidamete comencé a alarmarme de nuevo. Al primer trabajo (un documental sobre los derechos de la mujer) le estaba ocurriendo una situación inversa a la que yo temía para el mío: habiendo sido hecho en 4:3, estaba siendo proyectado en 16:9... las mujeres que ahí aparecían se veían gordas y achatadas. Como nadie reclamó me dije que seguramente el director prefería verlas con esa contextura. Una vez finalizada la proyección de ese primer trabajo todo volvió a la normalidad y en pocos minutos el excelente documental sobre el TLC “Costa Rica Sociedad Anónima”, del talentosísimo y “Mooriano” Pablo Ortega, comezó a ser proyectado en 16:9 como debía ser. Solo que de pronto comencé a sentir que el tiempo se estiraba y se estiraba, se hacía chicloso... comencé a sentir que los 64 minutos que supuestamente duraba “Costa Rica S.A.” (según el programa), se me hacían una eternidad... se convertían en al menos dos horas. Algunas gentes posiblemente comenzaron a sentir lo mismo porque empezaron a salirse de la proyección. Pero yo atribuí mi sensación a cierto nerviosismo debido al hecho de que mi trabajo sería proyectado inmediatamente después.
Súbitamente ocurrió algo extraño e imprevisto: comenzamos a ver el trabajo de Pablo en color magenta profundo. Al constatar aquello mi preocupación creció de un zopetón. Dos razones podían explicar el evento: por un lado, que un mal presagio nos estaba diciendo que se iba a derramar sangre en Costa Rica por el bendito TLC, y por otro que uno de los tres haces de proyección cuya combinación de intensidades forman los colores correctos en la pantalla no estaba funcionando. Yo opté por esta última interpretación técnica y me levanté a hablar con el proyeccionista para indicarle el problema (claro, lo admito, no lo hice tanto por el trabajo de Pablo, sino preocupado por las condiciones en que sería visto el mío posteriormente). De camino me encontré con un responsable del Variedades a quien le expliqué el problema y él se encargó rápidamente de llamar a la cabina de proyección para advertir del mismo. Pero los minutos pasaron y pasaron y nada se arreglaba. La pelirroja Anabel González lo parecía aún más con aquellas tonalidades magenta que la convertían en un ícono pop digno de Andy Warhol. Yo me olvidé del problema del 16:9 y comencé a preocuparme seriamente por este nuevo e inesperado problema. Salí otra vez, traté de subir yo mismo a la cabina de proyección pero no encontré el camino. Más bien me topé con Pablo en los corredores y me dijo que qué se le iba a ser... que de todas formas su película terminaría de ser proyectada en unos veinte minutos. Vaya, la justicia universal existe, si yo no me había preocupado de su trabajo, visiblemente a él poco le importaba el mío. Vale, el Talión está legal.
Luego me encontré con uno de los jurados de la Muestra quien estaba en la entrada tomando el aire... entonces pensé ¿Pero cómo? ¿No está viendo la película? ¿No es jurado acaso? ¿No se le pagó su venida desde el extranjero? Seguramente me leyó el pensamiento y me explicó que él ya las había visto... “a bueno”, le dije. Pero idiota yo... ¿Cómo no se me ocurrió preguntarle si había visto la mía en 16:9? Aunque claro, bien mirado es más imbécil todavía esta última pregunta, porque él qué se va a estar acordando de una miniatura que dura 2´49.
Regresé a mi asiento y casi al instante el problema fue corregido. Bush volvía a su tono rosadito y Anabel volvía a ser mortal. Sin embargo el paraíso no duró mucho: no solo la imagen se vió de nuevo cargada de horribles magentas, sino que el DVD comenzó a pegarse. Mi inquietud llegó a su paroxismo. ¿Sería que finalmente aquello sí representaba el mal presagio de que en Costa Rica se derramaría sangre por culpa del TLC? ¿De que frenaríamos de ese modo nuestro desarrollo?
Caray... ¿Qué hacer?. Eso me preguntaba cuando súbitamente la pantalla pasó a negro y la gente comenzó a aplaudir fuertemente. ¿Qué? ¿Así de abrupto termina el trabajo de Pablo? ¿Y los créditos? Otra vez alguién parece haberme leído el pensamiento, porque una señora sentada en la fila de atrás nos dice casi al oído: "Faltó lo más bonito y emocionante del documental: el final". Y saca entonces un DVD y me lo tiende. “Yo soy la mamá de Pablo y aquí está el documental por si quiere verlo completo en su casa”. “Ah, mucho gusto, qué gran hijo tiene usted y muchas gracias por el DVD... claro que lo veré completo en casa” le dije casi con un nudo en la garganta porque seguía mi trabajo. Y ella que me contesta. "Qué raro... fíjese que pusieron la versión larga de la película de Pablo y no la de 64 minutos". En ese momento entendí de qué estaba hecha la chiclosidad del tiempo.
Enseguida sentí un alivio cuando vi que empezaron a aparecer los menús del proyector en la pantalla, lo que indicaba que al fin, después de casi media hora, el proyeccionista se daba por aludido. El cursor de selección iba y venía frenéticamente. El técnico abría y cerraba menús... hacía finalmente su trabajo de apretar botones, hasta que alguien gritó a todo galillo... “Si no sabe mejor no batée”. No pude aguantarme la carcajada y lo que me quedaba de nervia se diluyó en ella.
La proyección se inicia de nuevo y ya me espero a ver mi trabajo como debe ser cuando zaz... aparece en la pantalla el cineasta Víctor Ramirez dando un testimonio y explicando no sé qué... no le entendí nada de tan magenta que me sonaban sus palabras. “No es posible” me dije agarrándome mis cuatro pelos. Termina el corto de la Veritas y yo grito desesperado desde mi asiento que el color sigue mal. En eso empieza por fín mi trabajo y aparece no solo en la más profundas de las tonalidades magenta, sino que también en formato 4:3. Entonces tuve una fugaz percepción de la verdad, tuve una terrible iluminación apocalíptica: aquel color no representaba la sangre de los caidos en la lucha por el TLC, sino que era el mal presagio de la hemoglobina que sería derramada nuevamente en el Variedades por el perdón de todos aquellos pecados. Ya no solo la sangre del proyeccionista salpicaría los afiches de la entrada, sino que la sangre de todos los organizadores de la Muestra correría por parejo, confundida en un solo y espeso río magenta fluyendo por los pasillos del viejo cine... cayendo en cascadas ensordecedoras desde la cabina de proyección sobre las cabezas del público... y yo sería el artífice de aquella escena dantesca... yo sería el nuevo... el único... el original “serial killer” del Variedades.
Pero aquella oscura tentación criminal no pasó a más... un impulso civilizador, humano, compasivo la domeñó (por lo visto de algo me sirve el Zen) y solo grité que aquel no era el formato... que aquel no era el color y me levanté de mi asiento como un pirata dispuesto a tomar posesión de la cabina de proyección. Pero no había llegado a la venta de palomitas cuando mi trabajo terminaba y era aplaudido... ¿Aplaudido? ¿Aquel esperpento bermellón era aplaudido? No, algo anda mal... definitivamente algo anda mal con los técnicos... y con el público. Tanta pifia de unos y tanta generosidad de los otros era inconcebible. No quería saber nada de nada, ni de esta Muestra, ni de las próximas, ni del público ni de las películas... así que regresé a mi asiento y le dije a mis acompañantes que por favor nos fuéramos ya. En tres segundos estuvimos en el carro y solo tenía una idea en mente para bajarme las emociones... ir a tomarme, cuanto antes, un copón de vino bien magenta para olvidar de urgencia aquella noche terrorífica de mi debut en la Muestra... y pensar que inscribir mi video en esa tanda me costó 10 mil pesos.