Esperanzas en ruinas en el campo de los moderados
Siguiendo con la serie de traducciones de artícuos que me he propuesto, hoy dejo éste de Amos Gitai, mi cineasta israelí preferido. Aclaro que busco presentar puntos de vista planteados desde perspectivas y modos narrativos que no son los de los fríos analistas geopolíticos. Si bien leo también ese tipo de artículos, siempre me dejan una impresión de inhumanidad porque sus autores pareciera que estuvieran analizando las tácticas de un encuentro de fútbol o una partida de ajedrez y no un conflicto donde mueren gentes y se destruyen países. Más me interesan aquellos textos escritos desde una perspectiva humana y personal. Tal es mi línea editorial por decirlo así, aunque con ello no quiero expresar que necesariamente esté de acuerdo con todo lo que escriben estos autores.
Estar en Haifa, mi ciudad natal, estos días, escuchar las sirenas de alarma, y los misiles que caen, es una experiencia que no tiene nada de intelectual. Es, al contrario, sentir físicamente cuánto ser un ciudadano de Oriente Medio significa también ser parte de un gran ritual de esta región, que consiste en derramar la sangre de su pueblo a intervalos regulares.
La única pregunta que se puede plantear es ¿Porqué? ¿Cuántas de esas víctimas todavía, y cuántas destrucciones serán necesarias para que aquí se comprenda que esta danza de muerte no rima con nada?
El conflicto actual demuestra al menos una cosa: que el Oriente Medio estaba estos últimos tiempos en el camino de la calma y la reconciliación. De forma trágicamente repetitiva y previsible, los extremistas intervienen cada vez que algún progreso se logra hacia la paz y lo destruyen por la fuerza.
Basta devolverse algunos años en el tiempo para darse cuenta de eso: Desde el momento en que Itzhak Rabin dio orden al Tsahal de retirarse de Jenine y Naplusa hubo una ola de atentados en los buses de Tel Aviv. Del lado de los terroristas, cada avance hacia la paz es interpretado como un signo de debilidad, la ocasión de demostrar su potencia atacando a Israel.
Es así que han minado el campo de los moderados israelíes. Durante este tiempo, ni los israelíes ni los palestinos han tenido tiempo de resolver sus problemas cotidianos, humanos, que existen aquí como en cualquier otra parte del mundo, los problemas de pensiones o de salarios mínimos. El conflicto impide todo avance social. Hay que cuidarse de no hacer la amalgama entre el conflicto principal entre israelíes y palestinos y los enfrentamientos entre Israel y los países árabes. El primero es el conflicto esencial, porque la tierra pertenece a los dos pueblos y hay que encontrar un medio de vivir juntos.
Para nosotros, los israelíes de izquierda, la guerra que vivimos en este momento es particularmente compleja sobre el plano político. Desde hace años por medio de artículos, libros y películas, hemos buscado demostrar que la solución es el retiro de los territorios ocupados. Sin embargo, cuando Israel se retiró de Gaza y del Líbano, fue exactamente cuando el Hezbollá atacó. En cambio, en la parte del Golán que se mantiene ocupada todo está en calma.
Ya sabemos lo que la derecha israelí va a decir: retirarse no es la solución. Por mi parte, creo que Israel debería continuar su retirada, e incluso que la coexistencia pacífica no es solamente una esperanza lejana: ella ocurrirá finalmente. Pero esperando ese momento, la lucha contra el Hezbollá no tiene una solución “políticamente correcta”.
¿Se puede verdaderamente calmar una organización religiosa feroz, que se apoya en una ideología perfectamente irracional, por la moderación y la diplomacia?
La particularidad del conflicto de Medio Oriente es que está íntegramente filmado. Es el conflicto más mediatizado del planeta, es la serie preferida del mundo entero. Una serie sin fin, donde los buenos y los malos intercambian con regularidad sus papeles.
Hacer cine en este contexto es un verdadero desafío: constantemente se deben poner las cosas en perspectiva, hay que mantenerse racional, a pesar de la tormenta, a pesar de las inquietudes personales.
Ser a la vez ciudadano y cineasta en este contexto es un asunto de esquizofrenia, pero yo creo profundamente que el cine no debe ser el noticiero de la noche, que él tiene por función desmantelar la simplificación de la mediatización.
A fin de cuentas, no debe nutrir el odio, sino la comprensión.
Amos Gitai
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