8.8.06

Esos amigos que empujan a Israel al abismo

Como en nuestro país noto una ausencia casi total de análisis y colaboraciones sobre el conflicto en Oriente Medio tanto en la prensa escrita como en blogs, he decidido comenzar a traducir yo mismo artículos de la prensa francesa, principalmente de "Le Monde", que tanta atención le presta al problema. Hoy les dejo éste texto del afamado escritor marroquí Tajar Ben Jalloun.

Puede ser que la amenaza más seria que pesa sobre Israel sea la paz, incluso una paz justa y durable, una paz hecha de reconocimiento mutuo entre dos Estados vecinos, una paz que sería la aceptación de la realidad, no del fantasma, sin mitos. Ahora bien, la realidad es compleja, es difícilmente controlable en su totalidad, rehúsa plegarse a los deseos de dominación e incluso de humillación, por el momento ella está acaparada por furores impacientes, crueles y extremos. Es una realidad marcada por lo trágico, por el odio, por el racismo y por el engranaje de la venganza.

Hay que decir las cosas fríamente, pero como ellas son, por lo menos de la forma como son vividas por el mundo árabe: Los israelíes en su mayoría no tienen ningún deseo de vivir al lado de los Palestinos porque las heridas graves y los rencores se han acumulado, porque los malentendidos históricos no han sido jamás aclarados, porque las guerras han castigado a todo el mundo. Los Palestinos, en razón de ocupaciones feroces y de destrucciones brutales, no tienen el más mínimo deseo de compartir el pan y de creer que vivirán en paz con un enemigo que ha construido un muro de concreto, un muro de odio, y que jamás a cesado de perseguirlos y de impedirles existir en el sentido banal y vital del término.

Existir, es poder disponer de un Estado con fronteras continuas y seguras, es poder ir a la escuela y luego a la universidad, es poder hacer proyectos para el futuro, es tener un pasaporte, es viajar, tener una policía, un ejército, es construir rutas, hospitales, parques, guarderías infantiles, casas... sin pensar que un día ellas serán barridas por los tractores que se ensañan con sus habitantes porque se sospecha que forman parte de la resistencia a la ocupación.

Existir, para Israel, es tener fronteras seguras y reconocidas, tener garantías para la seguridad de sus ciudadanos, es no ver más kamikazes explotar en un restaurante o dentro de un bus, matando inocentes, es no temer ser blanco de misiles lanzados desde el otro lado de la frontera, es arreglar de una vez por todas este problema de vecindad restituyendo los territorios ocupados a cambio de la paz, liberando los prisioneros, haciendo un gran esfuerzo por renunciar a la leyenda del Gran Israel, es cesar de endosarle a los pueblos árabes el crimen contra la humanidad que fue el Holocausto, por memoria perpetrado en nombre de una ideología europea, es finalmente aceptar ser un Estado cuya normalidad no es una enfermedad.

Lo que ocurre desde hace tres semanas en el Líbano y también en Gaza no es una guerra, es simplemente un grave error político y militar. No se mata gente inocente porque se sospecha que protegen elementos del Hezbollá. No se rechazan un cese del fuego y las negociaciones bajo patrocinio de una instancia neutra, las Naciones Unidas.

Esta intransigencia hace que Israel caiga en la trampa del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad que quisiera verlo desaparecer. Esta locura desgraciadamente ha encontrado un eco ensordecedor en poblaciones dispuestas a batirse contra el sionismo. El discurso de este iraní no parece ser un desliz.

La política de ocupación israelí a hecho nacer y desarrollarse un antisemitismo en una parte significativa de la población árabe. Hay que recordarle a los dirigentes de los países árabes que el racismo jamás hizo disminuir una injusticia, que el problema israelí-palestino es un problema colonial y no una cuestión religiosa que opone judíos a musulmanes. El mundo árabe debería luchar contra todos los racismos si quiere ser digno de crédito y escuchado. Judíos y musulmanes han vivido en una bella simbiosis social y cultural, en Marruecos principalmente, como bien lo ha descrito el historiador Haïm Zafrani.

Israel cae también, pero voluntariamente, en el engranaje político desastroso de G.W. Bush. Es conocido que desde siempre Estados Unidos a respaldado sin falla al Estado de Israel, pero a veces hay que saber escoger sus amigos. Bush no puede ser algo positivo para esta región. Contrariamente a Jimmy Carter y a Bill Clinton, él no tiene ningún deseo de ver concretarse un proyecto de paz. Bush está poseido por el odio hacia el mundo árabe-musulmán porque es incapaz de comprenderlo y menos aún de respetarlo. Es necesario que algún día la justicia se interese en los crímenes cometidos en nombre de la política de ese presidente; su arrogancia y su fanatismo han causado centenas de miles de víctimas en Irak y, hoy, por su apoyo sistemático a la política de Sharon y actualmente de su sucesor, él es también responsable de centenas de civiles muertos por las bombas que le hace llegar a Israel.

En este sentido, es tiempo de detener las matanzas. Es tiempo de despedir a la muerte que sorprende en su sueño familias que no han hecho nada ni contra los Israelíes ni contra los Palestinos. Es tiempo de salvar a Israel de sí mismo, de sus amigos que lo empujan al abismo. Si continúa su aventura con la misma saña y cometiendo los mismos errores, una cosa es segura: jamás conocerá la paz, aquella que reclaman la mayoría de sus ciudadanos, aquella defendida valientemente por una minoría de intelectuales judíos en el mundo, aquella que necesita Palestina para renacer y existir.

Ahora bien, para salvar a Israel, es necesario que acepte transformarse en un Estado como los otros, viviendo finalmente en una normalidad hecha de cotidianeidad e incluso de banalidad, lo que posiblemente sea la base de las cosas esenciales, las cosas de la vida. Es esta normalidad que reclama Palestina. El extremismo que está en el poder hoy ha sido posible porque la política israelí a cerrado las puertas, todas las puertas de la coexistencia.

Con una verdadera paz, este extremismo se consumirá por sí mismo cuando no tenga ninguna razón de existir.

Tajar Ben Jalloun

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